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ESTE PAÍS

A mí que no me hablen despectivamente de "este país", y que no me digan "este país de mierda", porque no sigo escuchando. Tenemos un país extraordinario (para los amigos que no son de acá, me refiero a la Argentina) que produjo muchos próceres y héroes, que produjo genios y benefactores de la humanidad como Favaloro -quien salvó, y sigue salvando, millones de vidas-, científicos que por dos mangos investigan cómo curar el cáncer y otras enfermedades; que está lleno de universidades gratuitas -andá a encontrar eso en otros lugares- y tiene una, también gratuita, que se cuenta entre las mejores del mundo. Un país en el que durante 18 años gritar una frase ("¡Viva Perón, carajo!") era un delito, y miles de personas la gritaban en la oscuridad de la noche, antes de salir corriendo (pregúntenle a Dady Brieva). Un país con gente que dio su vida contra las dictaduras más terribles, impuestas por foráneos, y uno de los primeros que no se cansó de buscar a los verdugos hasta abajo de las piedras, y los juzgó y los castigó -muchos juicios anteriores en otros lugares, valiosísimos, fueron simbólicos-. Un país que está, pues, a la cabeza de la lucha por los Derechos Humanos, que les abrió la puerta a otros en esa lucha, y en el cual un grupo de ancianas pueden ir en sillas de ruedas pero no se rinden, y son amadas y ayudadas por miles y miles de personas.

A mí, "Mordisquito", no me hables mal de la Argentina. Está llena de artistas, de escritores, de gente que labura de la mañana a la noche, de partituras que en Croacia, Rusia, China y etcétera son tocadas por los mejores músicos. Recibió a personas que huían de todos lados, las salvó y les ayudó a tener una vida digna. Tuvo la suerte (en realidad no fue suerte, sino fruto del esfuerzo) de conocer períodos en que hubo patriotismo, en que cuidó sus propios bienes, su propia gente, en que desarrolló la industria nacional pese al boicot de buena parte del mundo. Y aunque hubo etapas de espantosa oscuridad -ahora nos toca una-, esos períodos dejaron su semilla. Tuvo gobernantes que se ocuparon, de corazón y de política, por que la gente fuera feliz -andá a encontrar eso en más de veinte lugares-. Tuvo intentos de reparación aunque sea de lo irreparable -andá a encontrar en el mundo cinco presidentes que pidan perdón en nombre del estado-.

En algunos países los homosexuales son condenados a muerte; acá se casan. En lugares donde no sean la cada vez más fea caba, se sigue trabajando constructivamente: cooperativas, huertas, organizaciones populares, intentos -por ahora fracasados, pero el futuro es largo- de unión. Hay personas humildes, más de lo que la mayoría se imagina, que cuando cobra el sueldo les compran unos kilos de carne a los que están peor que ellas, y les importa un pimiento el anonimato. E incluso la caba, donde tantos creen que tienen derecho a recibir sin dar y que todavía son cabeza de virreinato, está llena de organizaciones, intentos de unión, comedores populares, huertas en el jardín, bibliotecas barriales, ayudas a los niños, intelectuales admirables que alquilan un local y dan clases de historia sin cobrar un mango, jóvenes que se ponen las botas para ayudar a los inundados mientras el ministro correspondiente hace meditación y dice cuatro boludeces, recolectores de firmas no solo para pavadas como la "lucha" contra el cáncer sino para mejorar el Congreso, para poner un semáforo en la esquina peligrosa de un barrio humilde, para muchas otras cosas todavía casi invisibles que ya se van a hacer visibles.

"A mí, Mordisquito, no me la vas a contar." Tuvimos uno de los mejores escritores del mundo que dio clases, ciego, en una universidad pública, y se preocupaba mucho menos por el premio Nobel que por la mujer que amaba. Es cierto que decía cosas poco agradables, para burlarse de los periodistas, para provocar, para reírse del sentido común. Pero fue uno de los primeros (yo lo vi, no me lo dijeron) que firmó un clandestino petitorio por los desaparecidos, al principio de la dictadura, junto con Sartre, Simone de Beauvoir y otros. Fue autor de la premonitoria frase "No importa cuántos sean los desaparecidos, uno o cien mil son la misma injusticia" (una frase de tradición judaica: "Quien salva a un hombre salva a a toda la humanidad"). Tenemos uno de los ídolos populares más amados en todo el mundo (nos guste su persona o no nos guste), que por algo nació en una ciudad pequeña de Corrientes, vivió en una villa en la que su madre no cenaba para ceder la comida a sus hijos y llegó, merecidamente, a ser millonario. Representa una parte buena de la Argentina: tiene algo de genial, y unas cuantas personas salvaron su vida con solo decir su nombre. Le dimos al mundo uno de los mejores papas (y no me vengan con los pecados de Bergoglio; a los que cambian para bien yo les doy la bienvenida), que nos ayuda, que lucha en contra del neoliberalismo, que recibió a palestinos, brinda incondicional apoyo a Milagro Sala, reconoció al genocidio armenio mientras Turquía sigue silbando bajito, y desorienta y vuelve loca a la derecha católica.

Es cierto que nos gobierna una banda de ladrones insensibles que incluye a unos cuantos psicópatas. A causa de los que la votaron, y de los errores de los que no la votaron. Parte de ser humanos es cometer errores. Pero el futuro es largo.

Y mientras haya personas -las hay, y muchas- que sepan que las baldosas de los desaparecidos no se pusieron para que en ellas hagan pis los perros, y se detengan frente a cada una, yo soy optimista. No hay nada tan urgente -salvo estar por parir- que impida un homenaje a un desaparecido. Y son muchos los que se detienen, la leen desde el principio hasta el final aunque sea por vigésima vez y dicen un "¡Presente!" audible o silencioso.

Por eso, "Mordisquito", a mí no me vengas con "este país": yo soy optimista. No por mí; yo ya no voy a ver la felicidad colectiva. Pero tengo una hija de 16 años, hay millones de hijos de 16 años.......

y el futuro es largo

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