LA NEGRITUD DE LA OLIGARQUÍA.
Se mire por donde se mire: Estos son negros con plata. El oligarca, en cambio, es más refinado para la misma perversidad. El oligarca tiene un punto (aunque pequeñito) de conciencia moral, es más sutil para el mismo despojo. Tiene estilo, leyó algún libro aunque no haya entendido nada, tiene bajo perfil y sabe comer con cubiertos. Pero estos, no. Andan a los gritos mostrándose en bombacha y corpiño delante de una cámara, y todo glamour se va al demonio, irremediablemente. El oligarca llega a la barriada y dice: "Acá les dejo una vaquita, cómansela, indios de mierda". Y hasta es capaz de adoptar a un niño descalzo tragando sus mocos verdes para llevarlo a su propio orfanato sin salir en la CARAS o en la HOLA, pero estos son diferentes. Son brutos y lo postean en Facebook o Twitter. El oligarca puro puede comandar y sostener una banda de cacos ilustrados para que roben un Kandinsky, pero estos negros van a un anticuario de San Telmo a comprar una lata de dulce de batata con el logo de la Gioconda; le ponen un marco dorado y la exhiben en el comedor junto a un Chesterfield tapizado en cuerina animal print. Y es de negros con plata algo así. El oligarca sublima su culpa y pulsión donando una escuela, ropita vieja pero de marca, alguna ambulancia, vacunas vencidas o cien kilos de tripas podridas de su propio matadero para un locro popular; pero estos vuelan en Business class y se tropiezan con los apoyabrazos o se afanan los tenedores con el logo de la aerolínea. Y es de negro mersa eso. El oligarca no tiene pruritos morales y puede copular y tener hijos con su madre o hermana para conservar unos campos, pues el oligarca verdadero entiende al incesto como una mensura, en cambio estos negros siguen atados a la difunta Correa que mana leche muerta. Los oligarcas se bañan desnudos en el mar, como debe ser, en cambio estos usan bermudas por los tobillos en Río de Janeiro. Los oligarcas no visten remeras con leyendas ni estampadas. Tener un AUDI a gas o deber 40 lucas de patente del Mercedes, es de negro con plata. La parte negra de la oligarquía cree que Borges fue padre de una nena y le puso Graciela, y cuando les hacen notar el error, responden con dos latiguillos memorizados: "¿Estás seguro?" y "Vos te hacés el que sabés". El oligarca de cepa es capaz de descorchar un champagne de 5 mil mangos y brindar borracho y en calzoncillos por Evita y Perón junto a su cocinera y mayordomo peruanos o santiagueños en negro, pero estos negros con plata se fotografían en un parador pulguiento de Playa del Carmen tomando un daikiri o en un shopping de Dubai comprando un Carolina Herrera de medio litro. Y es de negros eso. Cuando al oligarca se le cae el celular paseando por el Támesis o el Rhin, estos pierden la tarjeta Naranja en Punta del Este o la aplastan con la podadora de pasto en la chacra de San Ignacio, porque ellos cortan el pasto cuando el oligarca rebaja el césped. El oligarca no tiene celulares porque se informa a través de su cocinera paraguaya, en cambio estos aguardan el día en que se triplica la recarga. Al oligarca le dan asco las promos. El oligarca aprende fotografía con una réflex a rollo comprada en un anticuario, pero estos arman un álbum de seiscientas fotos con una tablet en cuotas y sin medición puntual. Y es de negros subir eso al muro. El oligarca caga al resto pero con estilo, en cambio estos se agarran de las mechas en una escribanía por seis lotes en Pinamar. El oligarca de pura cepa, recorre sus interminables campos usurpados a los pueblos originarios montado en una renoleta puesta a nuevo, pero estos se florean en un country con dos Hilux doradas; una para el desayuno y otra para el ocaso. Para el oligarca, en cambio, un country es una villa miseria minimalista con exceso de molduras y porcellanato símil piedra. Donde los negros ven lujo, el oligarca huele vulgaridad y huye. Y no se puede pretender ser oligarca apellidándose Macri, Langanuzzo, Petorutto o Lopérfido. Y claro que la oligarquía verdadera también comete traspies, porque ser Mitre y casarse con una Galotti calabresa, es grasa, huele a tuco recalentado del hotel de inmigrantes y a orines en cabina de tercera clase. Una vieja oligarca toma té pero que no sea Vélez ni Virgin Islands ni Rosamonte; una vieja oligarca creída patriota se hace embolsar la yerba por los esclavos de su propio yerbatal y chupa mate leyendo un clásico. La vieja oligarca se cartea con la Reina de Inglaterra y la trata de vos desde hace al menos cincuenta años, pero estos conocieron a Tinelli en un parripollo y se tomaron una selfie con Federico Bal. A la vieja oligarca no se le nota el bótox ni el colágeno ni las cirugías plásticas, porque subió a su jet privado y las pagó 500 mil dólares al contado en una clínica de Ginebra. Tienen estilo, pero estos no. El oligarca dona iglesias, capillas y guardapolvos para sostener la mansedumbre, pero estos lloran de emoción en la Plaza de San Pedro o en Tierra Santa mirando el despegue de los aviones desde aeroparque, porque donde el oligarca dice aeropuerto, estos negros insisten con aeroparque. Por eso estos no pueden hacer ni ver todo eso. Porque son negros con plata y los negros con plata tienen un adoquín por cerebro. Pese a todo y sabiendo eso, hemos elegido ser gobernados por una horda de monos selváticos; ni más ni menos que por la negritud de la verdadera oligarquía.