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BENDITAS LOCAS DE LA PLAZA (Cuarenta años de ejemplo y lucha)

El 24 de marzo de 1976 un comunicado anunciaba al país que se encontraba bajo el control de la Junta de Comandantes de las FFAA. Se recomendaba el acatamiento estricto de directivas y el cuidado de evitar acciones que exigieran la intervención drástica de las Fuerzas. Comenzaba un nuevo proceso dictatorial. Esta vez denominado “Reorganización Nacional”, con precedente en el ´55, cuando el gobierno que había generado las primeras expectativas de políticas inclusivas y justicia social posible había sido derrocado a manos de los mismos protagonistas, con otros apellidos.

En 1972, durante la masacre de Trelew, se había cometido un error garrafal. Tres sobrevivientes que pudieron contar la atrocidad para ser documentada. Por eso, en este plan de exterminio más perverso y sistemático, no quedaba margen de equívoco. Había que matar sin dejar evidencia y se redobló la apuesta. Ya no hubo bombardeos ni fusilamientos a la luz del día. Lo que siguió fue la cacería más nefasta a la que un pueblo pueda ser sometido. Los perseguidos eran capturados de noche, arrasados sus hogares, secuestrados, torturados, vejados, despojados de los niños en sus vientres y desaparecidos. Literalmente desaparecidos. No dejaron ni sus huesos para ser llorados de manera digna.

Fue en medio de tanta noche que un puñado de madres comenzaron a deambular por hospitales, comisarías, juzgados y morgues buscando respuestas. Ellas, que hasta días antes habían sido maestras o amas de casa, supeditadas a la ley más cruel, la del silencio, se convertían desde allí y para siempre en buscadoras incansables de cuerpos, verdad y justicia. Sus hijos: profesionales, intelectuales, padres de familia, militantes y ciudadanos comunes, habían sido chupados sin rastro por un montón de uniformados que, proclamándose jueces y dioses, sentenciaron el destino de una generación entera.

Aquel sábado de abril de 1977 eran solo catorce. El siguiente encuentro fue un jueves. Ante la prohibición de andar en grupos en la vía pública se inventaron rondas. Con papelitos que escondían en ovillos de lana intercambiaban mensajes, estableciendo un código de comunicación sagrado. Caminaban de a tres, en sentido contrario a las agujas del reloj, para gambetear el Estado de Sitio. Posteriormente, con un pañal en sus cabezas, devenido más tarde en el clásico pañuelo, desafiaron sin descanso a una Junta Militar que las bautizó "Las locas de la Plaza". Ya por aquellos tiempos, la prensa local se había vuelto cómplice del poder más vil, mientras que los Medios internacionales comenzaban a posar sus titulares en ellas. Solas y aturdidas, pero con un coraje envidiable, hicieron de la Plaza su territorio y de sus vigilias circulares, una cita impostergable. Recién en 2005, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, el 24 de Marzo se convirtió de manera oficial en el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia.

En lo que lleva de gestión el gobierno de CAMBIEMOS, se ha intentado negarles el ingreso a la Plaza en tres ocasiones. Se atacaron sus puntos de encuentro. Se impuso la visita al Parque de la Memoria de Obama, por entonces presidente del país que más ha contribuido, financiera e ideológicamente, con las dictaduras militares en toda Latinoamérica. Se cuestionaron los números de la barbarie. Se desarticularon y desfinanciaron programas destinados a la búsqueda de nietos. Y se colocaron atriles de cemento sobre los pañuelos blancos pintados en el piso donde se realizan las marchas.

Lo que parecen no entender todavía aquellos para quienes la memoria es asignatura pendiente es que, si no pudieron con ellas las vallas con las que alguna vez Fernando de la Rúa les cercara la Plaza, ni hubo tormenta, persecución o amenaza que las hiciera claudicar , tampoco las detendrá un puñado de infames que siguen sentando genocidas a sus mesas. Es demasiada la suela que tienen gastada a sangre e historia. Y demasiadas las respuestas que les debemos, junto a la justicia y los huesos, como para que declarar sagradas sus rondas. Y sus pañuelos blancos, nuestro símbolo eterno.

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