SE NOS ENFRIÓ EL AGUA (A la memoria de Araceli Fulles)
“Ma, estoy yendo para allá, prepará unos mates”, escribió Ara en su whatsApp, convencida de que no había otro destino posible para esa mañana que la casa de su madre y el desayuno compartido.
Fue antes de que una búsqueda, nuevamente ineficiente, llegara tarde para salvarla del infierno. Antes de ser invisibilizada durante los primeros días, quizás por su morochez, quizás por sus tatuajes, quizás por sus shorts o por su escote, quizás por su amor por River Plate o su fanatismo por el Indio Solari, quizás por su mirada libre, quizás por tantos quizás…
Fue antes de que una justicia, otra vez infame, permitiera que un tipo con varias causas abiertas estuviera libre sin ningún tipo de control ni restricciones, sin una sociedad al tanto de su potencial peligrosidad, sin una mínima señal de alerta ante su caminar en las mismas calles que pisó Aracelli hasta aquel día.
Fue antes de que los mismos Medios, que al principio ignoraron su desaparición, la convirtieran en la vedette de sus zócalos y titulares cuando su cuerpo que ya no era su cuerpo se volvió festín del morbo y el amarillismo que los caracteriza. Antes de que comenzaran a necesitar desesperadamente que ese montón de huesos enterrados fuera ella, porque si era ella, aumentaba el rating.
Fue antes de que una bestia decidiera que dejara de ser persona para volverse objeto de sus instintos más bajos. Antes de que no alcanzaran sus fuerzas para defenderse del horror del que la dejamos a merced cuando nos descolgamos el cartelito de “Ni una menos” hasta la siguiente tragedia.
Fue antes de que una estructura patriarcal, que parece volverse irrevocable, no le perdonara sus tatuajes, sus shorts, sus escotes, su amor por River y por las canciones del Indio, ni su libertad. Y le cortara, como a tantísimas otras, el aliento y las alas, menos importantes que las paredes manchadas de una catedral.
Fue antes de que su nombre y su rostro pasaran a formar parte de una lista nefasta de imperdonables que nos sumergen en una impotencia y un dolor que, de tan repetidos, se nos van haciendo costumbre. Antes de que sus padres se murieran con ella, bajo esa montaña de cal y de respuestas que les debemos para siempre. Antes de hacernos cómplices de una nueva barbarie.
“Ma, estoy yendo para allá, prepará unos mates”, escribió Ara en su whatsApp, convencida de que no había otro destino posible para esa mañana que la casa de su madre y el desayuno compartido. Fue antes, unos minutos antes, de que le demostráramos que no hemos aprendido nada y se nos enfriara el agua esperando su regreso.
Perdón, Ara. A vos tampoco supimos cuidarte. Y mientras te lloramos y volvemos a colgarnos un slogan, otras Aracelis están siendo violadas, asesinadas y descuartizadas en algún rincón de este mundo horrendo que nos seguimos permitiendo ser.