FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA
Recorrer mi ciudad y las ciudades vecinas que voy transitando me permite ver como si tuviera rayos X en mis ojos, realidades que se esconden detrás de las fachadas de cada cuadra y cada barrio.
Locales cerrados, industrias desmanteladas, bares y puntos de encuentro naturales a la clase trabajadora desapareciendo, hablan de una crisis que se yergue sobre la destrucción del área de producción más importante: Las Pymes.
La agonía cuando no la muerte de las pequeñas y medianas empresas se lleva puestos en especial a los varones –que dentro de nuestra estructura aún tradicional de división sexual del trabajo siguen siendo los habituales proveedores económicos de sus familias- pero también profundiza la pobreza estructural de las mujeres que nacen en una sociedad dónde el género como categoría relacional, reserva para ellas un conjunto de tareas, roles y funciones dentro de las cuáles sus posibilidades de desarrollo personal y la consolidación de su estatus político, para participar de la toma de decisiones de su comunidad, se hallan profundamente vulneradas.
La crisis económica incrementa todas las pobrezas, pero aún más en las mujeres porque siempre estamos más cerca de los bordes: retenidas en las tareas de cuidado, acumulando largas jornadas de trabajo no remunerado, contrayendo todo tipo de enfermedades propias del desgaste y la postergación y, en estos momentos -dónde los varones proveedores ven su masculinidad jaqueada por la inestabilidad laboral- considerablemente más expuestas a subordinarnos a situaciones de violencia intrafamiliar.
La crisis económica empobrece también a las mujeres que han ingresado al trabajo formal.
Frecuentemente es un trabajo precarizado y se observa en desventaja con respecto al salario de los hombres.
En los hogares esto impacta, porque quienes “naturalmente” resignarán salir a conseguir un salario -que se convierte en “cambiar la plata”- se quedarán en su casa abandonando mucho más que el salario: seguirán alejándose de la autonomía respecto de los hombres pero también respecto del capital, para de ese modo seguir sin acceso a la participación política.
La pobreza no es inocente.
Todxs lxs colectivxs humanxs que la padecen son simplemente el blanco que representa el poder capaz de poner a girar el mundo en el sentido del reparto y la equidad.
Sin embargo en las mujeres es aún peor.
Mantener políticas públicas que sostienen la feminización de la pobreza es una expresión ideológica del neoliberalismo, de las dictaduras, de los regímenes autoritarios cuya historia puede remontarse hasta el medio evo con la quema de brujas.
La quema de brujas de la Edad Media fue un dispositivo de las políticas de control del cuerpo que el capitalismo aplicó sobre la capacidad productiva y reproductiva de las mujeres.
Nuestra pobreza, como diría Eduardo Galeano en las Venas Abiertas de América Latina, es fruto de nuestra riqueza, y esta frase inspirada en la división internacional del trabajo, es crudamente aplicable a la realidad de las mujeres.
Nuestras mujeres no sólo necesitan políticas públicas que mejoren sus posibilidades de acceso a la educación, la recreación, la salud, el arte, la política y el trabajo formal.
Necesitamos que el trabajo formal ensamblado con el mundo de cuidado no nos robe la vida, porque por derecho merecemos el tiempo y la ocasión de organizarnos y participar de los avances históricos por la equidad de los que ya somos, aunque no se diga, protagonistas.
Una sociedad cuyas políticas públicas pueden ignorar al 50% del electorado, está destinada a perpetuar la perversidad de un mundo que cada día tiene un grupo más pequeño y selecto de dueñxs cada vez más poderosxs.
En Chivilcoy hay quienes creemos y proponemos otras alternativas para promover equidad y justicia: erradicar la feminización de la pobreza es la batalla cultural que nos espera.